33 años jalándole a la paz

Por. Fabio Hipolito Mariño – ex militante M – 19 – Escritor

“Aportes del M – 19 a la democracia”

Hay tiempos que dejan profundas huellas a las generaciones que las viven, y estas a su vez le imprimen su sello a aquellos, con lo cual van dejando como herencia, o como aporte de cada época, una impronta para sus gentes y sus historias.

En estos párrafos de reflexión y como aporte a los compromisos de hoy, quiero exponer una idea sobre los aportes del M-19 a las nuevas generaciones, o contribuciones a la democracia, como he querido titular estos renglones, eventos que son posibles de resumir en un par de propósitos trajinados y defendidos en estos ya 33 años de otra decisión tomada, unidos a hechos apurados que desde los inicios de los años 70 marcaron nuestro derrotero, al comienzo con la consigna de “con el pueblo, con las armas, con María Eugenia al poder”, hasta llegar a la decisión de construir un camino que nos acerca a la democracia real y a la tan esquiva paz.

Tuvimos que pasar por cambios y decisiones en permanente maduración, no exactamente desde nuestras posturas políticas y militares, sino desde la interpretación que la ciudadanía hace de la lucha y sus formas de expresión y manifestación, pronto aprendimos que esa consigna debía cambiarse y se le quitó a ‘María Eugenia’, hecho que no causó quiebres en nuestro devenir por cuanto respondía a realidades del momento de las políticas y del país.

Fue así como el M-19 retoma acontecimientos del Siglo XVIII con la revolución de los Comuneros hasta los acontecimientos de los años 60 y 70, juntando muchos aprendizajes y búsquedas. Y en el afán de su quehacer, se encontró una generación juvenil que quería apurar el amasijo de los años anteriores en una propuesta de movilización de la unidad política nacional con la esperanza más radical, y por lo tanto más parecida también a esos rebuscadores de sueños de la Colombia de los años 70, y fue el fraude electoral a la Anapo dado por la afilada herramienta nociva de ‘aquel 19 de abril’ que como frustración pretendía mancillar la esperanza y vitalidad de esa generación, más aún, lo que hace es alimentar la rebeldía y la lucha armada –contradictoriamente- desde la democracia, para darle vida a otra opción de la lucha nacionalista.

De esas fuentes de la historia bebió el M-19 su mayor aporte, la indignación por la injusticia, el cómo superar las lecciones aprendías, no repetirse para no acabarse, encontrar una propuesta menos excluyente que las instaladas hasta ese entonces. Allí se dio el encuentro con Bolívar, con la ‘democracia en armas’, con el pueblo, con la búsqueda infatigable de encontrar una pronta salida al conflicto social que nos azotaba, y todo eso, Báteman lo propuso en un bien cocinado ‘sancocho nacional’ que tenía como sazón el dialogo, el acuerdo y la concertación como fórmulas para dirimir las diferencias que atávicamente nos han llevado por los caminos de la absurda guerra intestina.

Fue, entonces, el M-19 un hecho de rupturas a manera de mandato y necesidad de cambios, al tiempo que en los caminos de la lucha se daban encuentros, confluencias, reconocimientos, miradas y atracciones desde la diversidad, lo multicolor, lo distinto, lo otro, la irreverencia, la herejía… el M-19 fue la búsqueda desde la lucha armada de un ‘algo’ más parecido a la misma Colombia, una disposición para luchar contra los sectarismos y los ideologismos, desde su ingreso a la vida política nacional irrumpió con diferencias que marcaron en forma definitiva el quehacer guerrillero y político en Colombia, juntó en su consigna aspectos de espinosa aceptación en ese entonces como era el pueblo y la democracia en armas hacia el poder, logrando impactar a una buena parte de la sociedad en aquel momento cuando en el mundo se radicalizaban las ‘guerras frías y calientes’ que llevaron a polarizaciones locales como las que también influyeron al quehacer de las pretéritas guerrillas colombianas.

Migró nuestra esencia “mecánica” como algunos familiarmente la llamaban en la manifestación de la acción política en defensa de los derechos humanos demostrar que hacer democracia en Colombia era ser revolucionario, para luego madrugar y proponer que la salida al conflicto armado en Colombia podría lograrse con la palabra, y fue el Dialogo Nacional una bandera de lucha, además de reivindicativa acción de acierto en la forma de hacer la política aun desde las armas en nuestro quehacer, por ello en 1984 incursionó el eme y el país en la propuesta de dialogo y tregua que abrió caminos y aprendizajes en ese difícil, pero retador, campo de la acción política.

De esos tiempos y posturas nuestra acción y propuesta se adelantó en la lucha por la paz de Colombia, identidad que Jaime Báteman dejó en la primera página de nuestro ABC y luego de los duros tropiezos de la guerra y la con la responsabilidad de leer el sentir de la sociedad, o de tomarle el pulso al sentimiento político popular, dicha lectura y efecto hizo que el ascenso de la propuesta se presentara en una decisión casi definitiva que llamamos “guerra a la oligarquía, paz a las fuerzas armadas y vida a la nación”, hecho político militar que pronto llevó al M-19 a ponerse al frente de los acontecimientos desatados desde allí y que una parte importante del país político venia planteando como salida al conflicto social que ya mucho ha afectado a la nación: fue retomar el Dialogo Nacional.

Pasados los tiempos y las luchas, en la primera semana de enero de 1989, protegidos por el amparo de un Resguardo Indígena del sur del Tolima, las Delegaciones de Gobierno Nacional y del M-19, reunidos alrededor de las esperanzas, firmaron un trascendental documento propio de las grandes exigencias que el tema del tratamiento y resolución de conflictos requiere, escrito en una vieja máquina Remington, bastó una hoja de papel tamaño oficio para dejar allí la impronta de una decisión que conmovería los cimientos de una generación altiva y digna que asumió la lucha armada como alternativa a la antidemocracia, y que también en forma digna y soberana tomo la decisión de dejar las armas y en particular abandonar para siempre ese estilo de guerra y asumir otra forma y opción de seguir participando en la construcción del ancho camino que la paz para Colombia necesita.

Allí en ese evento quedaron resumidos hechos y sentires que desataron acontecimientos de la guerra, hechos como la persistencia en la propuesta de ‘dialogar en lugar de echarnos tiros’; el estoicismo para lograr la concertación desde tanta dispersión y diferencias; la conversa y el pacto para avanzar en acuerdos sobre mínimos aparentemente imposibles mientras se avanzaba en otros escenarios posibles del consenso; perseverar y defender lo ‘palabriado’ para proteger y honrar los compromisos y saber que las diferencias bien tratadas, respetadas, promovidas… son parte de la riqueza más grande de una sociedad, todo esto en el marco de una pedagogía para la concertación que mucho ayudó en esos trances por los que atravesaba la sociedad, en particular nuestra generación que vivió de cerca ese proceso de paz.

Y como no se trata de hacer las reminiscencias de guerras y combates, un aporte significativo frente a la triste historia de esas ruedas viciosas de la repetición de nuestra humanidad en un siempre suceder de violencias fratricidas, puedo asegurar que fue la certeza del amor la que ayudó al M-19 a lograr la disposición y decisión unánime para desmovilizarnos en los tiempos oscuros de la guerra sucia, cuando Colombia era atacada por las aberraciones de esta ‘cuasi’ democracia que en sus males, engaños y patrañas ha anidado la maldad y los más escalofriantes y perversos acontecimientos, propios de las bárbaras campañas de aquellos mal llamados ancestrales tiempos de conquistas; masacres allí, aquí, por allá y acullá, con la desventaja que las sufren los menos favorecidos y tristemente son quienes al final de la jornada ‘llevan del bulto’; desarraigo y llanto por ‘los caminos de la patria’, pobreza y riquezas impuestas, engaños y un vergonzante éxodo y desplazamiento criminal, noticias de intimidaciones que se pueden contar por miles, una de las más, la ofensiva escabrosa de exterminio contra la Unión Patriótica cuando buscaba la participación política y la reconciliación, recibiendo como respuesta del sistema o “establecimiento” como también le llaman, la “eliminación física de un partido legal a punta de plomo”, acontecimiento que logró aterrorizar a una generación joven, impidiéndole iniciarse en los trajines de la política, en los quehaceres de gobierno y en la búsqueda de otras esencias de la política colombiana.

Puedo decir que un hecho y aporte del M-19 a estas generaciones y a la democracia, fue saber escuchar el sentimiento nacional, percibir la creencia de un país político que le apostaba a la paz y naturalmente allí estaba presente de bulto, la importancia de saber escuchar al adversario que también es del país, de nuestra sociedad y de nuestra geografía política; aprendimos a ganar amistades en la posibilidad de ‘no guerra’, y haberle ganado el combate a las desconfianzas tan propias de nuestro devenir de violencias y beligerancias, reconcomios y deslealtades, traiciones e incumplimientos, fue otro aporte sustancial; de ahí que también valoramos como destacada contribución haber vencido a los guerreristas que desde diferentes esquinas disparaban permanentemente bazucazos -como ahora lo hacen- contra ese proceso de diálogos y construcción

de acuerdos hacia reconciliación; haber superado las trampas y embelecos de los “enemigos agazapados de la paz”, guerreristas no siempre vestidos de camuflado -que son más belicosos que los mismos combatientes en terreno- y luego de superados esos ásperos caminos, uno, tal vez el más, no caer en la tentación de “volver caras” con la provocación causada con el asesinato de Pizarro en ese crucial momento, incursionamos adentrándonos en el enamoramiento con aliados y amigos que no necesariamente tenían que estar en absoluto acuerdo con nuestras propuestas, o nosotros con las de ellos; en fin, nos metimos en la riqueza de la diversidad para seguir reconociendo la gran complejidad nacional…

Nos respaldaron en la construcción de estos aportes, lábaros y esencias que animadamente el M- 19 ha defendido en estos últimos 33 años desde cuando firmó y se comprometió de lleno, total, sin flaquezas en el proceso de paz de los años 90, enseña como aquella tomada del testamento y ejemplo del querido viejo Afranio Parra cuando dijo haber llegado “el momento del encuentro de la inocencia primitiva y nuestros orígenes en la utopía, en un presente de realizaciones. Haber reconciliado las ideas con el alma, y en últimas, todas las fuerzas se habrán compactado, sin perder sus particularidades, en una sola fuerza dinamizadora de la sociedad: la Atracción Apasionada. Será el comienzo de una nueva edad y una nueva era: la Edad del Cuarzo y la Era de la Transparencia, es un hermoso sueño, y quien no sueña y no se aventura nunca podrá ser libre”.

En estos 33 años apreciamos que luchar por la paz bien vale la pena aun el alto precio de vidas y desesperanzas con sus heridas a cuestas, pero convencidos si, que son costos menores a los causados por los truenos aterradores de la guerra; aprendimos que al reconocer ser parte del conflicto, también se debe ser facilitador en las soluciones, y con responsabilidades no convertirse en un ‘palo atravesado en la rueda’; aceptamos el reto de cambiar aun con los miedos propios por las inciertas madrugadas; incursionamos en diferentes momentos y distintas experiencias de la gestión política, social, cultural, académica y de la administración pública tanto a nivel municipal como departamental y nacional; irrumpimos en experiencias de hacer empresas sociales y solidarias, las más, dicen, no prosperaron, fue parte del aprendizaje sin caer en la tentación satánica de volver la guerra; logramos responder ante los requerimientos familiares e individuales de estudiar para atender las exigencias normales para cualquier ciudadano colombiano que construye o reconstruye su tejido familiar.

Y desde el ámbito personal como antiguos combatientes, hoy ciudadanos plenos, sentimos que sigue habiendo mucho que aportar en estos nuevos caminos y retos que se avecinan para asumir responsabilidades individuales y colectivas, por ejemplo, la mayoría de excombatientes continuó sus estudios, ya en el nivel de secundaria o de la universidad; reconstruyeron o hicieron sus hogares, hoy con hijos exitosos; retornaron a las relaciones familiares que habían quedado a la vera del camino de la lucha, ya fuera como hijos, madres, hermanos, padres o esposos; además podemos referir de manera sentimental y sustancial, que la presencia de los hijos de esa generación de excombatientes (hoy de 30, 35, 40… años) quienes directamente recibieron y sufrieron el influjo eimpacto de los años del tropel, no heredaron esos aprietos ni peligros y profesan ser buenos ciudadanos, buenos estudiantes, buenos profesionales, buenos hijos, buenos padres, hermanos, amigos y compañeros en estos ajetreos sociales de la diversidad colombiana, tal vez la mayor herencia que hoy guardan ellos es ‘la certeza del amor’ que por encima de los temores de la guerra les enseña la vida; otros dirigentes del M-19 han mantenido su liderazgo en el quehacer político administrativo de regiones y a nivel nacional, perfilándose siempre con decoro y dignidad; y entendimos que la vuelta a la vida legal y civil y política llamada “reinserción” o reincorporación no es una cuestión personal, es una propuesta de la sociedad.

Y finalmente, hablando de reconciliación, estos hechos anunciados antes responden a los sentires fundantes de hace apenas 50 años en el discurso que esbozó el M-19 (Báteman) de rupturas desde el amor, de disidencias y búsquedas, de propuestas y rompimientos desde los afectos, desde la conversa sobre los sentimientos de la ciudadanía?, propuesta y ruptura que convocaba las diferencias en la riqueza de sus contradicciones; discurso y actitud, propuesta y huella que desde hace 50 y 30 años ha venido avanzado por los caminos difíciles de los desentendimientos, de los señalamientos, de la confrontación, de las violencias, de la guerra, pero principalmente ha transitado en las búsquedas infatigables de hacer del querer y sentir de las mayorías en una decisión en democracia: la infatigable búsqueda de paz; un discurso que avanza y se crece en cualidades y formas que mutan y evolucionan sobre lenguajes modernos, oportunos, vivos y andantes desde aquel de la ‘democracia en armas’ o ejerciendo aquella buscadora de alegrías de ‘la revolución es una fiesta’ y el proponer el camino del ‘dialogo nacional’, la concertación, el pacto y el acuerdo para tejer entre todos la ‘paz para Colombia’ y con ella la reconciliación nacional, para poder reafirmar hoy el convencimiento de nuestra responsabilidad como generación actuante en la guerra y en la paz, y así, hablando de Colombia y de su historia, decir que ‘50 años no es nada’ y a la vez es más que la vida, por cuanto cada tiempo deja su impronta profunda en las generaciones que lo viven, y a su vez estas le imprimen su huella y sello a cada tiempo forjando una especie de tejido entre el pasado y el futuro como aporte presente a eso que podemos llamar ‘un poco de su historia’, naturalmente persuadidos de estar seriamente comprometidos más allá de lo común y corriente de su propia generación.

Finalmente, comprometidos hoy con el gobierno del cambio que ha puesto en primer renglón nuestro mandato de hacer hasta lo imposible por la paz, de acompañar a Gustavo Petro y Francia Márquez en su reto de gobernabilidad, de seguir arando los desiertos de la violencia buscando los mejores vientos que nos lleven a la reconciliación, permítanme manifestar con sinceridad estas palabras: Ofrezco mi corazón como un territorio despejado de violencias, un rinconcito liberado de odios y resentimientos; ofrezco mi vida como una vereda libre de rencores, y la entrego con amor, igual como un campesino cuida su labranza cuando la dispone para la gran cosecha de la paz.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.